Todos somos hijos de lejanos escombros,
nacidos de bombardeos,
incesantes aviones cargados de metralla
y
odio a partes iguales.
Hijos del viento arrastrando polvo rojo,
ladrillos muertos y polvareda caliza,
desprendida del muro vergonzoso
que reparte sinrazón en todas las palabras.
Hijos ametrallados por el hambre,
cegados por la luz del estallido inicial,
y
dolor de oídos con la injusticia,
gritos agudos cargados de asco.
Hijos solos de otros hijos solos,
cantos rodados brillando entre el lodo,
camino de la tarde donde llueve plomo,
y
silencio en dosis necesarias.
Hijos hoy, padres mañana,
dirigidos por el empuje de las armas,
el comercio necesario,
el mismo que dirige el general
que ordena no retroceder
o
seremos fusilados.
El horror del primer huevo.