sábado, 9 de marzo de 2013

Paracetamol

Tengo alucinaciones,
la fiebre me produce distorsiones de la realidad
y llego a creer que todo me va de puta madre.
Esta bien esto de tener fiebre.
He tirado el paracetamol.

El pantalón negro.

El pantalón negro de algodón tiene una deformación en la zona de las rodillas, que hace que cuando estás de pie, parece que tuvieras en tus piernas unas extrañas prominencias, deformaciones de las articulaciones, que, dado que se mueven con el viento, parecen dos bolsones llenos de aire, dos rodilleras flatulentas.
Resultan bastante feos y patéticos, pero son los mejores que tengo. Mejor dicho, no tengo otros.
Cuando Isabel me ve con ellos, quiere que no me los vuelva a poner, que me los quite al menos cuando estoy con ella, que solo los use si voy a su huerto a limpiar las malas hierbas, pero a mi me gustan, porque son muy cómodos y me hacen sentir libre.
Es por la contrapartida de tener que llevar todos los días el traje con la raya planchada y derechita, el abuso de la empresa en su mandato sobre nuestra forma de vestir.
Y el caso es que si tengo que comprarme el traje para ir a trabajar, no me da para comprarme otra ropa, asi que me paso todo el tiempo en el huerto.

Mi paraguas

Seguro que la lluvia de estos días viene bien para que Isabel tenga unos buenos tomates esta temporada. De hecho, estaba muy contenta el pasado jueves cuando a la hora de la siesta llovía a mares. Y ella, desde la ventana de su cuarto, lanzaba sonrisas de satisfacción al cielo plomizo y al suelo mojado.
Isabel sabe el famoso refrán sobre la lluvia y los gustos de cada cual, por eso, me consuela por mi desagrado con el hecho de mojarme al salir de trabajar, con esa mierda de paraguas para emergencias que tengo en la oficina, al que ya solo le quedan un par de varillas enteras. Cuando llego a su casa, mojado el pelo, los calcetines y hasta la camisa, me larga el discurso de los beneficios que este meteoro tiene para su huerto-planeta.
Me desnudo y meto toda mi ropa empapada en su lavadora-secadora y mientras vemos como el tiempo y otras cosas se derraman a nuestro alrededor, mi ropa está lista para ponérmela de nuevo.
Asi que, claro, en estos casos, prefiero que llueva.

L. p. g.

Me duele hasta el dobladillo de los calzones,
un dolor como un astro sin luz,
sin esperanza de que desaparezca,
pegado por dentro de mi piel,
y cuando me muevo,
o toso,
o hago el más mínimo amago de cambiar de posición,
se lanza a mis entrañas como un oso hambriento,
y me muerde por dentro las moléculas,
dejando todo mi cuerpo,
como un periódico viejo,
asqueado de arrastar su propia vida, inútil ya,
arrugado y grasiento por todos los usos que ha tenido,
contra su voluntad.
La puta gripe,
que pasará en algún momento,
pero lo que deja su imborrable huella
-tantas cosas ya-
sigue haciendo el mismo efecto.
Y ahí sigo,
tomando muchos líquidos
-algunos corrosivos-
a ver si se ablanda
l. p. g.

viernes, 8 de marzo de 2013

Las zapatillas azules.

Y ahora, 
que me lloran los ojos 
y me rasca la garganta como un estropajo de alambre, 
solo veo mis pies embutidos en unas zapatillas de paño azul, 
que me están grandes 
cuando me levanto aún medio dormido a media noche, 
o cuando ya ha sonado el despertador, 
las siento moviéndose bajo mis pies, 
dando la sensación de que lo que realmente pretenden es hacerme perder el equilibrio, 
que me caiga al suelo, 
me destroce una muñeca y no pueda ir a trabajar y así dedicarme enteramente a no hacer nada, 
de nada. 
Benditas zapatillas de abuelo prejubilado, 
que ya no tiene fuerzas ni para decir que si 
a quien realmente está deseando decírselo. 
Inconvenientes de la vejez. 
Ojalá me dejen en el suelo una de estas.

Los dichosos calcetines


Se me caen los calcetines

y creo que es el alma que se me cae a los pies,

pero no, la puñetera alma está pasando revista a sus pecados,

cometidos en nombre de todos los dioses desconocidos,

y las veces que he incumplido sus mandamientos,

como por ejemplo, decir que si y luego convertirme en el rey del escapismo,

aunque la promesa fuera una cama enorme,

donde tendría que quitarme los calcetines,

para no hacer el ridículo intentando hacer el amor,

a la mujer mas bella que nunca haya amado.

¡Putos calcetines!.

Citas largas de P.A.

No creo haber estado nunca más indiferente hacia lo que me rodeaba que aquella noche, más encerrado en mí mismo, más ausente. Nada parecía real aparte de mi propio cuerpo, y mientras estaba allí tumbado, inmerso en aquella disociación, me puse a imaginar obsesivamente los circuitos de venas y arterias que se entrecruzaban en mi pecho, la tupida red interior de sangre y grumos. Estaba a solas conmigo mismo, escarbando en mi interior con una especie de conmocionada desesperación, pero también me encontraba muy lejos, flotando por encima de la cama, por encima del techo, por encima del tejado del hospital. Sé que no tiene sentido, pero mi estancia en aquel recinto, encajonado entre los pitidos de aquellos aparatos y los cables prendidos a la piel, fue lo más parecido a no estar en ninguna parte, a encontrarme a la vez dentro y fuera de mí mismo”
Paul Auster. Brookling Follies

En general, las vidas se esfuman. Una persona muere y poco a poco todo rastro de su vida desaparece. Un inventor sobrevive en sus invenciones, un arquitecto está presente en sus edificios, pero la mayoría de la gente no deja tras de sí monumento alguno ni logros duraderos: una estantería con álbumes de fotos, la cartilla de notas del colegio, el trofeo de una bolera, un cenicero birlado en un hotel de Florida en la última mañana de unas vacaciones vagamente recordadas. Unos cuantos objetos, algunos documentos, y unas cuantas impresiones causadas a otras personas. Estas últimas siempre tienen historias que contar sobre el muerto, pero las más de las veces se mezclan fechas, se suprimen hechos, se distorsiona cada vez más la verdad, y cuando a esas personas les llega su turno de morir, la mayoría de las historias desaparece con ellas.”
Paul Auster. Brookling Follies