jueves, 1 de junio de 2017

Nada me ata aquí...

Nada me ata aquí ni siquiera el futuro. Louis Aragon. 

Los números me observan desde su distancia de papel
y llevan en sus formas la mentira del tiempo como escudo.
Se multiplican entre ellos como bacterias al final del colon,
precisos como rocas vírgenes del penúltimo planeta,
se ofuscan en buscar el origen de los pecados de la razón.
Los más valientes resisten los ataques de las computadoras
y sumergidos en el mar de su futuro, ensamblan electrones.
Los débiles no pueden ejercer su estéril  derecho a la nada,
antes de su destrucción se evaden en el vaho de las palabras.
Ay los números, cuajados de misterio y de renuncias,
esconden sus esenciales virtudes entre el moho de las neuronas.
Nada les ata, lo saben todo, hasta el futuro obedece a sus designios.
Mientras, los mortales, solo miramos los precios de las cosas,
sabiendo que en realidad no son números, sino cadenas.
Lo único que nos ata aquí: no tenemos futuro.





Es la hora...

Es la hora en que nadie puede nombrar a quien toca. Louis Aragon.

Los combatientes se han reunido esta mañana a la orilla del bosque.
Los susurros de las hojas amarillas enunciaban el pasado gris.
A la hora de los aullidos sordos, los mirlos volvían a sus nidos.
Un cielo audaz de matices amarillos señalaba al más allá.

Aunque la guerra ya no era para ellos, sus relojes mentían.
Se abrían como las valvas del océano para otear su futuro.
Es el destino de los soldados que lucharon en el cerco del presente.
Saben que ya nadie va a mirar sus expedientes ajados.

Conocen las mentiras de su piel a las puertas de la tortura.
Recuerdan los nombres pero no pueden nombrarlos.
Olvidan los roces del ruido con el corazón y no respiran.

Ha llegado su hora.

Se han dormido:
No pueden soñar.

Se han roto sus manos:
Ya no pueden tocar.

Sus labios deformes:
El silencio para siempre.

Es su hora:
No pueden tocar a quien nombran.