domingo, 9 de enero de 2011

Puedo para qué

Puedo contarte que hago aquí cada tarde,

pero para qué, si no lo vas a entender.

Puedo dejar que el silencio cubra mi espalda,

pero para qué, si el frío me matará.

Puedo dejar que mis ojos se nublen de amor,

pero para qué, si no me vas a querer por ello.

Puedo mirar atrás y lamentarlo todo,

pero para qué, si nada va a cambiar ya.

Puedo... pero ya para qué.

Sin título, o sea, yo

Asi no puedo seguir.
Me miro en el espejo del bar
y me encuentro un desastre.
O sea, yo.
Las ojeras más profundas, si cabe.
La barba siete días sin afeitar.
El pelo, raido y gris.
Y, yo, sin poder sonreir.
Una copa y se acabó.
O sea, yo.
Qué te cuentas, Juan?
Pues lo de siempre, tío.
que no encuentro trabajo,
me joden en casa,
me hundo...
Venga, hombre, levanta ese ánimo.
Aquí me tienes, tómate algo, que yo pago.
Y, después de media docena de coñás
Juan y yo salimos hacia la noche,
cargados de alcohol,
un día más,
sin remedio.
Mañana será otro día.
Si.
Seguro que con el nuevo sol,
encontramos una solución.
(esto da para una canción,
festival de rocanroll,
baile de salón,
martinete del Camarón,
un buen sorbito de ron,
adios al mogollón,
me voy en un avión,
...)
Sin título, o sea yo.

martes, 4 de enero de 2011

Lo dejo


Me gusta fumar mientras juego al mus,
dejando la colilla pegada a los labios,
mientras grande, chica, pares...
se confunden y ordenan en mi mente
y mil gestos se disparan al aire
que mi compañero entiende.
Fumar mientras se quema el tiempo
y las cartas se suceden,
y ese azar que me hace vivir sin miedo,
porque se las normas del juego.
Y ahora, ya no puedo fumar.
No hay derecho.
Mi hijo me pide que lo deje,
me lo ruega mi suegro,
mis vecinos se molestan
si fumo en la escalera,
mi mujer me aleja de su cama
para que no huela.
No hay más remedio.
Lo dejo.
Hoy he vuelto al bar
y todos los que juegan,
lo dejan.
No se si el juego, el tabaco, el bar,
el azar,
todo.
Esto es una mierda.

lunes, 3 de enero de 2011

Ruptura


Estaba a punto de que me ahorcaran el seis doble,
cuando entra Sofía en el bar y se planta a mi lado,
llorando,
Papá, después de seis años lo ha dejado con Jose,
de mutuo acuerdo, dice ella.
En mi cabeza no encuentro más que reproches
para el sempiterno machito, que, a buen seguro,
se la ha pegado con otra.
Como todos, me digo.
E, inutilmente, trato de consolarla con mi abrazo,
con este jersey que huele a café y a tabaco.
Se va a casa, buscando, creo yo, el consuelo de su madre,
y me deja perdido en mis vacíos,
uno más que añadir a la interminable lista,
de emociones torcidas.
Fabián, el cubano, que limpia la barra,
me mira y, cómplice, señala a mi hija,
indicando que a él tambien le gusta.
Quizá tenga que invitarla alguna vez
a mis partidas,
para que pueda ver como Fabián la mira.

domingo, 2 de enero de 2011

No se si mi espalda

No se si mi espalda se ha partido hoy,
o lleva años rompiéndose,
bajo el peso de esta carreta que arrastro
desde hace más de cincuenta y muchos.
El caso es que la puta de ella me duele,
como ahora, cuando levanto el culo de la silla,
en este bar de mierda que me acoje,
porque Miguel necesita que algunos,
como yo, nieguen su frustración con el dominó,
se tomen unas copas y paguen bien.
Vive de eso y nosotros tambien.
El caso es que, lúcido y cabrón,
el dolor
me deja inútil en el suelo.
Y, ahí, tirado en medio del bar
espero a que el 112, el samur,
o quien sea -a mi mujer no la llaméis, joder-
me saquen de aquí,
me claven un buena dosis de nolotil
que me deje llegar a casa,
para dormir.
Me duelo sin quejarme.
Se acerca Ely, se arrodilla
y pone su mano en mi frente.
Sus ojos de mar intenso,
me anestesian,
y por un momento,
creo que alguien me ama.
Espejismos del dolor,
útiles para seguir vivo,
chispazos de vida,
en este espacio que oprime.
Toco levemente sus dedos
fríos, blancos, fuertes
y siento en ellos,
bajo la coraza ósea del daño,
un leve alivio a mi dolor.