viernes, 20 de julio de 2018

Ya ni sé...

Noches

Son las cinco de la mañana,
el agua del frigo
me refresca la garganta seca,
bebo hasta el dolor,
a ver si la resaca...,
el estómago se aplaca,
los ojos aún cerrados,
descalzo.

Desde la calle,
luces de coche policial,
velocidad,
antes de salir el sol,
emergencia en el parque.

Arrimo la botella
a la boca
y borbotones de agua helada
me anestesian
la lengua.

Desde la calle,
luces de ambulancia,
velocidad
antes de salir el sol,
accidente en el parque.

Relleno la botella
con agua del grifo,
la coloco en la puerta
del frigo.

Desde la calle,
voces de mi vecina,
velocidad
antes de salir el sol,
su hijo,
se ha ahorcado en el parque.


Escena

La escena es sencilla:
- chico con camiseta amarilla
pantalón corto azul,
manos a la espalda,
negro.
- bicicleta de cuadro amarillo
ruedas gruesas, negras,
apoyada en la farola.
- dos policías frente a él y su bici,
quietos,
uno con cuaderno y un boli,
escribe,
el otro
mira,
blancos.
- transeúntes en la calle,
pasan, miran,
desaparecen.
- me acerco,
pregunto,
¡circule, por favor!
esto es cosa nuestra,
me dicen
- el chico me mira
y calla.
- ¿Es tuya la bici?
le digo.
- ¡Señor, por favor, circule!


Eso reconforta

Reconforta saber que estamos en verano,
que es jueves, que luce el sol
y en cada mano tengo cinco dedos.

Reconforta saber que en registro,
la mujer rubia de pestañas largas,
recoge mis papeles y los enviará.

Reconforta saber que, al salir
del ayuntamiento está la  plaza,
con gente tomando café en las terrazas.

Reconforta saber que en la tienda
puedo comprar lo que necesito
para satisfacer mis necesidades
y mi ego.

Reconforta saber que aún camino
y que sé conducir y respiro
y veo mi sombra y distingo
una paloma a lo lejos.

Reconforta saber que todo esto
lo sé y me reconforta.

Si salgo de esta burbuja
puede que nada sepa
y que nada me reconforte.

Si algo puedo vislumbrar,
dejaré dicho que no podemos
bajar la guardia
y permitir que el poder,
el sistema,
pervierta nuestro modo de saber.

Eso, no reconforta.


El precio del pan.

¿A cuánto cuesta el pan?
la gitana gorda pregunta
al árabe de la frutería.

A veinte el pequeño.

No tengo, dice la gitana.

Yo se lo pago, señora,
le dice un viejo peruano.


A través del telefonillo

Sonó el timbre del portero automático,
descolgué el telefonillo.
Serían algo más de las nueve
de la tarde
de este tórrido verano.

La luz del ocaso
cruzaba el pasillo
de un lado a otro
de la casa.

En medio, con el auricular
pegado a la oreja,
confuso, perplejo, irritado,
estaba yo,
tratando de entender
qué me estaba contando,
esa voz de mujer,
al otro lado de la línea.

Voz nerviosa, quejosa,
iracunda, confusa.
Por lo que decía,
enseguida comprendí:
me había confundido
con otro hombre.

Bajé al portal
para saber que pasaba,
y allí estaba ella:
flaca, rubia, blanquecina,
con la piel arugada
y transparente,
pasados los cuarenta,
mal cuidados.

Siguió con su relato,
atropellado, revuelto.
su vida atormentada,
su historia truculenta,
su falta de salud,
su decadencia,
la relación con mi vecino,
los malos tratos de su pareja,
denuncias, hospitales...

Lo que suceda a partir de ahora
puede ir desde la nada
hasta el caos.

Vivo sentado
en un bidón de gasolina,
al lado de alguien
con una antorcha en la mano.

La mujer con la que hablé,
ya vive en un incendio.





jueves, 19 de julio de 2018

Miércoles, por ejemplo

Empieza el día

¿Cómo empieza el día?
Abro los ojos a las siete.
Estiro mi cuerpo entumecido,
desentumezco mi inconsciente,
borro los sueños
y levanto la persiana.

Alzo la cabeza hacia la luz
y observo el horizonte roto,
desdentada línea de azoteas de la ciudad.

Tomo conciencia de mi estupidez,
de mi largo sinsentido vital
y ya, consciente del todo,
orino a través de mi próstata
de sesenta y cuatro años.

Desayuno cereales y un yogur,
coloco las gafas ante mi presbicia
y miro el móvil:

imágenes, mensajes, noticias, aplicaciones
que he aprendido a manejar
para seguir haciendo el gilipollas.

¿Cómo empieza cada día?

Con el mismo espejo
reflejando la estulticia.

Caminar, comer, dormir...
olvidarme de lo que soñé,
de lo que quise hacer
y
no pude...



Tres tejadistas

Hay tres tíos en mi terraza,
tres hombres con su mono de trabajador,
tres tejadistas.

Adosan una escalera metálica
al borde de la meseta
del cuarto del ascensor,
suben rollos de tela asfáltica,
alzan una bombona de butano,
un lanzallamas,
un quemador,
como se llame.

Les miro y pienso en alguien
que lleva en su cama
dieciocho horas
tirado, tumbado, agotado.

De nuevo, vuelvo a tener,
despierto,
el mismo sueño:
Si él fuera uno de esos tíos,
con mono:
un trabajador,
que dejara su angustia,
en algún tejado,
colocando tela asfáltica,
a 35 grados al sol,
haciendo algo
con su puta vida,
con su angustia,
con su miserable dependencia
de la depresión.


Miércoles

Tomo conciencia de que hoy
es miércoles.

en esta ciudad,
los miércoles ponen el mercadillo
en el recinto ferial.

Voy.

Me acerco caminando,
no tengo intención de cargar
con patatas, verdura, fruta...

Solo quiero algo de ropa:
calzones, calcetines,
un pantalón de algodón.

Me dejo atrapar por la atmósfera:
colores a miles, vibrantes colores,
en los zapatos, en las sandalias,
en la bisutería de euro,
en las camisetas de moda,
en las rebajas de las rebajas,
en plantas de interior,
en ropa de interior,
en los bañadores,
sombreros, gorras,
gafas de sol...

Y ruido, mucho ruido,
en las músicas,
los soniquetes de las voces,
las llamadas,
los anuncios de la mercancía,
el acento caló,
el llanto de un niño,
las risas, el trapicheo,
traqueteo de un carro
con bebidas frías.

Mujeres, mujeres, mujeres,
su piel, sus perfumes, su dinero...

Envuelto entre los pasillos,
repletos de artículos,
seres de naturaleza muerta
que cobran vida
en las manos
de los seres vivos,
humanos
que compran vida.


Tomad café

Hay un café cortado,
con leche fría,
esperándome sobre la barra
del bar de turno:
la triste camarera
lo ha colocado allí,
sin mirar siquiera,
lo que hacía.

Temí que la taza
perdiera su centro de gravedad
y fuera a t.p.c. el café,
que es lo que a mi
me importaba en ese momento.

Ella, absorta ante el televisor:
un hombre francés
había matado a su mujer,
a sus suegros y a su hijo
de dos años.
Después se suicida.

La camarera triste,
se limpió una lágrima
con la punta
del negro delantal,
y dijo para si:
“son todos unos hijos de puta”
Dejé uno treinta sobre la barra
y salí sin tomarme el café.


Había olvidado como se llora.



domingo, 15 de julio de 2018

Tarde en el puente de Vallekas.


1.-

Busco aparcamiento,
bajo el puente
de la autopista.

Un gorrilla llama mi atención,
me orienta,
busca un espacio,
aparco el coche
y le doy un euro.

¡Gracias profe!

Miro su cara
y me recuerda la de un niño
rubio, pecoso, simpático
y muy revoltoso.
Quizá por eso anida en mi memoria.

Julito, jopé, ¿qué haces aquí?
¿Cómo estás?
Casi muerto, profe.
Me cuenta.
Le ofrezco veinte euros
y los acepta:

Gracias, ya sabes para qué los quiero.

Me despido,
llorando de rabia.



2.-
Entro en el kebab,
tele en turco,
pareja turca,
carne de cordero.

Pido un café con hielo,
lo tomo,
no me cobran,
salgo a la la calle.

Al salir
me detiene un hombre,
barba cerrada,
camisa sucia,
dentadura rota.

Me exige el dinero
me niego,
me empuja,
le doy un puñetazo
en la cara.

En la calle,
vocea
pidiendo ayuda,
y su grupo me asalta
y pisotea.

Roban hasta mis calcetines,
yo quise hacer lo mismo en el kebab.

Otro día de mierda,
sin cena y sin chute.



3.-

Bajo el puente de Vallekas,
en la M-30,
duerme mi inquietud,
mi desequilibrio
mi angustia,
mi desesperanza.

Bajo el puente de Vallekas,
ha dejado su cuerpo,
rezumando alcohol
esta noche sin luna,

Rueda su cuerpo,
bajo el puente de Vallekas,
y el camión de la basura,
le pasa por encima.

Al día siguiente,
bajo el puente de Vallekas,
una mancha de sangre,
mezclada en el asfalto,
con la grasa de los coches.

Mi inquietud,
mi desequilibrio,
mi angustia,
mi desesperación
se han convertido en muerte.

Todo el absurdo,

bajo el puente de Vallekas.


4.-
Familia y asuntos sociales,
tarjeta de discapacidad,
solicitud,
certificado de discapacidad,
utilidad,
orientación laboral,
solicitud,
general
solicitud…

información comunidad
de Madrid.

Registro, aseos, ascensores,
espero sentado ante recepción,
me llaman:
saldré como entré:
hecho una mierda.


Solicitud…


5.-
La empleada de recepción
come un plátano a escondidas,
está sola tras el mostrador,
colocando pegatinas
en sobres marrones.

Mastica el plátano
y coloca pegatinas.
Gafas de sol sobre la melena
rubia
y gafas de ver sobre
su nariz.

Mastica el plátano
y tacha palabras con un boli rojo.

Punto de información,
mujer vestida de azul,
plátano,
sobres marrones,
pegatinas,
boli rojo.

Mercedes, ¡adiós!
se despide la mujer del turbante  blanco,
que lleva a un niño pequeño en cada mano.
¡Adiós!, contesta Mercedes.

¡Espero que vuelvas pronto!
Dos años y ocho meses,
dice la mujer del turbante blanco

y dos niños abrazados.



6.-
La peluquería de espejos
en la puerta
y carteles naranja,
está abierta.

Cinco mujeres sentadas,
otra de pie,
una de ellas es clienta.
Cubanas,
Gruesas,
Morenas.

Charlan entre ellas.

Me siento
en la agrietada butaca
de escay blanco
Está caliente.
Me cubre la cubana
con una capa de plástico
que no deja respirar mi cuerpo.

Al uno y al dos,
me cortas el pelo,
por favor.
Cortito, muy cortito…

Con una maquinilla ardiente
repasa la cabeza
y rapa mi pelo.
Van cayendo las canas,
sobre el plástico negro.

A mi lado,
en otra butaca blanca de agrietado escay,
la hija de la dueña,
vestido azul,
se pinta las uñas.
La miro a través del espejo,
sofoca con su belleza.

Son seis euros.

¡Vaya cambio!
– sonríe la abuela–

Miro al espejo:
uñas rojas
sobre fondo azul:
Suda mi cuerpo,

sin el plástico negro.


7.-
Mucho calor
en el puente de Vallekas.

El aire acondicionado
del CB2 funciona.

Dentro se está fresco.

Mi cabeza,
como siempre,

arde por dentro.








lunes, 9 de julio de 2018

Los elementos

Busquemos elementos
dignos de ser apreciados,
aquí,
entre las cosas mas comunes,
entre la humildad de lo útil y lo inútil.

Busquemos la belleza,
la dicha, la calma,
el equilibrio, la certeza,
el goce, el mínimo roce
de la piel,
el órgano del ojo,
su luz,
el tacto de la menta,
el gusto de la canción.

Busquemos ser
seres pequeños
entre lo pequeño,
un tiempo, un lugar, unas coordenadas,
donde aislar los elementos,
los componentes básicos
del desorden
de nuestra existencia,
para hacerlos sólidos,
tangibles, sonoros,
y elevarnos a la categoría
de comunes, mínimos,
humildes,
entes rítmicos,
viviendo al unísono.



El descubrimiento

Atento siempre a presentir
el descubrimiento,
a mirar en derredor,
por si asoma el brillo halagador
de una certeza,
esa límpida estrella
que estalla,
y, durante una fracción de segundo,
deja, cegador,
el fugaz conocimiento,
la ilusa creencia,
de que una verdad,
por pequeña que sea,
vive ante tus ojos.

Se ha rebelado
como el mínimo ser
que enarca las cejas,
cuando encuentra su pepita dorada,
entre el escombro paciente,
de la montaña de ceniza,
de este mundo de incertidumbres.


El ruido

Vuelve el ruido
insistente como un viento agotador,
vuelve a golpear
mis oídos,
como un martillo de espanto.
El ruido,
motor de la inconsciencia,
señor de la mentira,
amo del fuego
que arrasa la conciencia.

martes, 3 de julio de 2018

De acuerdo

Vamos a ver si nos ponemos de acuerdo.

Por un lado dices que me calle,
que solo digo tonterías,
Por otro, que el silencio no es bueno,
debo sacar lo que llevo dentro,
no callar mis penas,
no esconder mis alegrías.

Soltarlo todo para no enfermar
de mudez.

Bien, no se a qué carta quedarme.

Si callo, enfermo.
Si hablo, enfermas tú.

Mejor solo escribo.
Si no lo lees,
seguirás sana y salva.

¡Pobre papel, lo que aguanta!




El peligro es sencillo

El peligro es vital,
sencillo,
tiene el don de la ubicuidad,
es eterno.

Su constante presencia
no deja resquicio.

No tiene razones:
sencillamente, sucede.

Nada podemos hacer
para evitarlo,
por mucho que lo intentemos,
se presenta y actúa.

Isabel tiene ochenta años,
desde hace cinco,
no sale de casa,
para evitar caerse en la calle,
tropezar con un bordillo,
resbalar en un charco...

Hoy ha pisado un diente de ajo
en su cocina
y su cadera ha cedido contra el suelo.

Está en el hospital,
junto a Laura, veinte años,
reponiéndose de una operación doble
de su pelvis.

Cayó de su moto
en las curvas de Sotoserrano.

Las dos estaban en peligro,
las dos están vivas,
siguen en peligro.







Las cartas

Bajo el tapete verde de la mesa,
reposan las cartas sin jugar.

Aún no sabes que están ahí,
nadie te habló de su existencia.

Ignoras que puedes contar con ellas
en caso de emergencia.

Son los triunfos ocultos,
los naipes marcados,
las cartas mentirosas,
las trampas,
los faroles,
órdagos sin fundamento.

Utilidades de este póker
que es la vida.

¿Quién fabricó la baraja,
quién barajó los naipes,
quién repartió el juego?

Nadie lo sabe, tranquilo,
conocemos al jugador,
valoramos su pericia,
aún -mejor- en el caso
de no llevar una buena mano.

Ignorantes de las cartas que quedan
sin repartir,
o bajo el tapete,
seguimos jugando.

Mañana el juego terminará,
y cuando quede al descubierto tu baza,
alguien pensará lo mal jugador que fuiste
o
alguien robó sus triunfos
o
¡qué mala suerte!

Se siente amigo:
puede que nadie te invitara a jugar,
pero...
¡no quedó más remedio!





Puertas de la historia

Desde que el hombre es memoria,
las puertas de la historia,
se han abierto,
con algún crimen heroico.

Mito fundacional,
basado en la sangre
y el fuego.

Nacimiento de los pueblos,
alzamiento de los héroes.

Naciones teñidas de sangre
desde sus cunas.



Llegó el extranjero

Llegó el extranjero,
trajo consigo los mitos,
de la tierra primitiva,
la que vio nacer a tus padres,
la que soñaste algún día.

Llegó el extranjero,
roto de cargar sueños,
escondidos en sus ojos
maltrechos por las algas.

Llegó el extranjero,
vestido de piel y sal
y a sus espaldas el mar,
bramando en el desierto.

Llegó el extranjero,
amarrado a las pestañas,
encorvado por el peso
del látigo y el miedo.

Llegó el extranjero,
nadie esperó en la playa,
nadie rescató su recuerdo,
llegó muerto.