martes, 26 de junio de 2018

Rentabilidad

Necesitamos la rentabilidad,
adulteremos, por tanto, la naturaleza,
dejemos que se pudra la verdad,
o lo que queda de ella
y vigilemos que nadie,
nadie,
se cuele por las fronteras.

    El espacio es mío,
    el aire es mío,
    el agua es mía.

Si son rentables............................que pasen
Si son fiables................................que pasen
Si son moldeables.........................que pasen

             ¡Limitad!
                               ¡Vigilad!
                                                ¡Expulsad!

Prefiero mi aire contaminado,
triste, amurallado.
Solo mío.
Prefiero mirar el mundo
a través de mi pantalla.
Solo mía.
Seré testigo de la muerte
                                        de los que no son
rentables
fiables
modelables

¡Vulnerables!...........................FUERA

¡yo ya estoy seguro!




El drama

Puede que el drama sea interesante,
Si, que demonios,
el drama es lo interesante.
(estos dos últimos versos
podría habermelos ahorrado.
Total, es una repetición
o quizá un pleonasmo.)

Por varias razones:
crea desasosiego en el lector,
genera ansiedad y también miedo,
le atrapa y no le deja respirar.

Su propio drama,
expuesto en la narración,
en letras de imprenta
y ninguna ilustración.

Si el lector sigue leyendo
si sufre vértigos,
si su corazón se agiganta,
si respira con dificultad,
si su cuerpo no está entrenado,..............................polisíndeton, ¿quizá?
caerá derrotado
entrará en coma,
para siempre.

Ahora mismo,
se echa mano al cuello,
siente que tras él,
alguien,
con una fina cadena de acero,
deja la marca del fuego
en su piel.





A diario

Miles de personas llegan a diario
a dejar sus cuerpos malheridos,
fusilados por el mal sueño,
en los bancos de los parques
de mi ciudad abandonada.

Las ratas dejaron estos barrios,
hace ya más de cien años
y ahora los pueblan helechos,
rellenando los colchones,
donde duermen emigrantes,
seres que olvidaron su dolor
y trajeron a mi casa,
el clamor de su esperanza.

Antes que las ratas
                              huyeron mis amigos,
                                                                todos los policías.
                                                                                             Pensaban que los cuerpos malheridos
                                                                                             se comerían su desayuno.

Quedé solo,
durmiendo bajo malvas
que crecen alocadas,
mientras los cuerpos doloridos,
se yerguen de ilusión
y acompañan mi silencio.



Paradojas

Manejo el arma
de las paradojas
para llenar los muros
de balazos.
Al caer la noche,
recorro las calles
para recoger
la lluvia, restos grises,
que dejaron.

Aprendí, entre los rezos,
que dios sepultaría
en el infierno,
mis mentiras.

Al volver a casa,
cargado de cenizas
y ojos lacrimosos,
me vendo al rayo de la tele,
olvidando las culpas
adheridas.

Zonas de excepción
que no destruyo,
para vivir
entre los rezos y las culpas.

Los que educaron
mi conciencia
se sacuden las almas y sus mierdas.


miércoles, 20 de junio de 2018

Las firmas

Un par de firmas más
y todo resuelto.
Tomo un puntero naranja,
cuerpo plástico,
punta plástica,
atado a una base negra,
con una pantalla límpida,
y estampo mi firma,
suavemente deslizándome
sobre el cristal que brilla.

Queda grabado mi garabato,
en un rectángulo virtual,
con mi nombre encima,
escrito con tinta irreal.

Rasgo el plano,
y acepto con ello,
que el banco,
sea el depositario de mi dinero.

A cambio,
la cajera,
me ofrece un trozo de papel naranja,
papel de seda,
real,
que doblo y guardo.

Ya está,
me quedé sin dinero.

Mi firma,
en una tableta digitalizándose,
mis dedos en una tableta,
mi mano digitalizándose,
mi cuerpo digitalizado,
incorporado al sistema,
alimentado por electrones,
que diseñan para mi,
este mundo nuevo.

Ya no tengo dinero,
dispongo del saldo,
en un soporte negro.

Al llegar a casa,
abro la nevera,
firmando en la pantalla negra.

Los tomates se quejan,
del tiempo que llevan
fuera de su huerta,
el yogur me escupe su pena,
los huevos, abiertos,
también me observan:

"Tranquilo Alberto,
ya eres uno de los nuestros.
Adentro amigo,
que hace calor fuera"








"Ahí queda la cosa..."

"Ahí queda la cosa..."
decimos en un intento
de dar por finalizada
cualquier situación:
"la cosa"

Pero la cosa no se queda
quieta,
sigue en movimiento,
como una eterna
estrella errante,
que si tiene un final,
no lo veremos.

Ni nosotros, ni nadie.

A pesar de ello,
aún sabiéndolo,
la cosa sigue
y nosotros con ella,
felices de estar
impulsando la inagotable
carrera hacia
el fondo del universo.

"Ahí no para la cosa..."


luz o

Si somos luz
¿qué luz somos?
Somos luz,
si luz detenida,
o viento que desnuda las estrellas,
o esférica simetría,
un tránsito de colores
hasta la muerte.

Si, somos luz,
contra el fondo negro
del universo,
nebulosas,
pasado ya,
muerta la luz,
alimento de galaxias.


martes, 19 de junio de 2018

Las nubes

Dejé la lectura
y miré por la ventana.
Hice caso al filósofo,
seguí su consejo.
El desdentado perfil de mi horizonte
cotidiano,
seguía allí,
pero yo no lo veía.
Solo me fijé en las nubes,
una catarata de grises,
colocados en cascadas
de variantes infinitas,
con matices invisibles:
un tapiz perfecto,
cubriendo el aburrido azul.
Vida en una sola imagen:
poesía, metáfora perfecta
de la propia vida:
no hay ni blanco,
ni negro.
Solo grises en inestable armonía.
Movimiento caótico de lo necesario,
las nubes como fuente de vida,
cubriendo al sol,
para dejar que el agua,
propicie la explosión del verde.



Encuentro que...

Encuentro que...
al paso de esta procesión de agua,
bajo las cornisas azules
de las barbacanas,
una legión de estorninos matemáticos,
saludan con su baile logarítmico,
al único ojo sin pupila,
que alimenta con su mirada
la paciencia de los oscuros días...

Encuentro que...
un  sueño de ceniza,
procedente,
del plástico del fondo del océano,
anima a los señores del ruido,
a seguir fabricando tornillos
y tuercas de granito y plomo,
para aplastar,
la música y los corazones cósmicos,
que aún crecen en la retórica.

Encuentro que...
si unimos bajo el mismo cielo
y sobre las mismas sombras,
las aves rapaces
y los revueltos papeles del otoño,
surgirán nuevos enigmas,
para los idénticos atónitos seres,
que vendrán mañana
a poblar las mismas mentiras.





Hay poetas, ay poetas...

Hay poetas que se pasan la vida
buscando su voz,
buscando su estilo.
Hay poetas que lo encuentran
muy temprano
y otros,
nunca.
El resto,
deambulamos,
entre un mar de sargazos,
donde las palabras,
se enredan en las aspas,
y logran paralizar
el motor del alma.
Asfixian al poeta,
son palabras sin oxígeno,
son vocabulario muerto,
o todo lo contrario,
cargadas de necedad
y absurdo misterio.
Al hilo de lo dicho,
creo que soy
un poeta asfixiado:
sin voz,
ni estilo propio,
sin oxígeno.
A mi edad,
ya necesito el respirador.



Peladuras de manzanas.

Es decir,
mejor quedarnos
con lo cotidiano.

Durante quince días
estuve haciendo una foto
con el móvil
-quizá mejor decir portátil-
a la piel de cada manzana
que trago en mi desayuno.

Quince instantáneas
que dejan petrificada,
en una imagen fija,
la embrollada curva,
tridimensional,
mínima montaña rusa
de doble cara
-o cinta de Möebius-
la peladura contínua,
brillante y jugosa,
de esas manzanas,
desprovistas,
desnudas de piel,
despellejadas por el filo de un cuchillo
portugués.

Su carne, su pulpa,
pasa a mi estómago
y deja en el plato
el aparente desorden
de su figura curva.

La piel de la manzana,
su traje biológico,
es enviada después
al cubo de la basura,
orgánica,
y
allí,
húmeda oscuridad,
de la bolsa de ciego plástico,
junto al resto de residuos,
se amalgama y confunde,
con todos los demás,
cadáveres y cenizas.

Unidos en su pequeña muerte,
símbolo de la transformación,
de la vida,
de mi propia muerte.

Es decir,
lo cotidiano,
lo de todos los días.





Soy virtual

Bueno, amigo...
si aún no he perdido el norte
- los demás puntos los perdí hace tiempo-
y camino recto por la senda,
he de reconocer
que no conozco el destino,
ni tan siquiera
a mi mismo.
He puesto a pasear mi vida
del otro lado del cristal,
en el envés de la pantalla,
y al perder el avatar,
que creé con mis delirios,
no pude volver atrás,
-no resulta tan sencillo-
y recuperar sin más
aquel rostro de pardillo.
Así que, tranquilo,
te digo,
que difuminado vivo,
entre lo real y lo irreal,
sin saber ni lo que mido,
si soy en verdad virtual,
compartido entre las redes,
extraño entre tantos datos,
y si me encuentras un día,
traeme mis viejos zapatos,
y lleva mi alma encendía,
a mi querida Mercedes.


Los tiomates del friorífico (sic)

Ayer,
mi filósofo preferido,
hablaba de los tomates,
(¿tio mates, tomarte, to mates, toma tes, toma tres, etc?)
y encontré la relación del tomate
con el mínino universo
del
cajón de las verduras
en la nevera,
donde comparte la fría muerte,
con otros mudos compañeros,
hijos todos de la tierra.
Abrí la puerta
y le ví,
solo y un tanto ajado,
piel blanda con hongos satisfechos,
aislado del grupo con el que llegó a casa
y mezclado con otros elementos,
no tan afines a él.
Soportaba sobre su cuerpo,
aguantando su peso,
asfixiado por su mal olor,
a una pareja de pepinos holandeses,
que no paraban de copular
en su presencia,
mientras la lechuga iceberg,
despeinada y sin lavar,
languidecía,
rodeada de media docena
de zanahorias marrones y peludas,
que habían olvidado
los relatos de su país de origen.
Entre ellos,
levantando atestado,
los agentes policiales de las berenjenas,
estorbaban a todos,
con sus cuerpos
llenos de moratones.
Como pude,
(poco a poco, me voy acercando 
a ti, poco a poco,
la distancia se va haciendo menos...)
conseguí rescatar al tomate.
(Tom Ate, tomante, tuamante, tocate, etc...)
e hilvanar juntos una larga conversación
entre seres desahuciados,
antes de integrarlo a mi cuerpo,
en una triste ensalada,
sin lechuga.
La vida misma.




El novio de la gruista.

Me dejó tirado el puto coche
en medio de la m-40,
como un peñasco inútil
atascando el tráfico de la mañana.
No funcionaban los intermitentes,
no funcionaba nada.
Quizá la batería,
quizá los años del coche,
quizá no debería conducir,
como dice mi novia,
eres gafe con las máquinas,
vaya un tío,
no entiendes de coches,
ve en tren a trabajar,
déjalo tranquilo en el garaje,
no me des la lata,
no obstruyas...
La mujer que manejaba la grúa,
rubia, hermosa y sonriente,
condujo a mi coche
-dijo que era un filtro
que no dejaba respirar
al motor-
y a mi,
al taller oficial.
La invité a un café
y me dijo que si.
Desayunamos juntos,
no fui a trabajar
y la acompañé
en sus servicios de la mañana.
Todos los tipos
que se habían quedado tirados
con sus vehículos
en medio de la m-40,
la miraban con deseo,
pero no la invitaron a café,
creyendo que yo era su novio.
A día de hoy,
cuando estoy con mi nueva novia,
la gruista,
me pasa lo que a mi coche,
necesito cambiar de filtro
para poder respirar.

(Esta historia es mentira,
no me sucedió a mi,
le sucedió a mi novia.
Hay que cambiar el género.)