lunes, 14 de diciembre de 2015

Desnuda, cubierta.

Crece en mi,
como una serpiente del tiempo que se agota,
la hiedra enredadera
de los días que sucumben
al silencio de mis manos:
      frías por lo distantes
de ti y de tu piel,
desnuda y cubierta
al lado de mi cuerpo:
     yacente, con las heridas de la historia,
abiertas y con dudas
en la fiebre de la carne,
transitorio y entero en su deseo,
página en blanco que espera:
     palabras y gemidos,
búsquedas y sueños
al abrigo del invierno.

Escarcha en el alma

Allí, cubierto con las ramas bajas del pino,
allí, tendido en la cama de tierra y hojas secas,
allí, tirado a la intemperie de la helada,
allí, yacía con su digestión envenenada,
el pulso casi inerme,
la mente desviada.
Su deseo de muerte se frustró
no fue suficiente veneno
para doblegar su cuerpo,
la droga que vendió el asesino
le robó sus ahorros,
pero no su pulso.
Y él,
con su infinita tristeza,
con su inmenso deseo de muerte,
vuelve de nuevo a la vida,
a convertir su frustrado intento
en más depresión,
más amargura
más odio a si mismo
y a todo lo que le rodea.
Su cerebro enfermo,
de nuevo,
envolverá de escarcha
su alma dolorida.
Y, a mi,
me queda la terrible duda
de si el calor de mis viejas manos
será suficiente para alentar
su alma y la alegría.