sábado, 4 de agosto de 2018

Da que pensar...

UNO.-
Da que pensar...
Esta mañana luminosa,
de feliz niebla,
convierte mi sentencia
en oscuro amanecer.

Pesada niebla ahora
me vuelve infeliz,
directo
a transgredir de nuevo,
la insólita vejez,
con todo el misterio,
dividido entre los huesos,
aparcado en recovecos
del cerebro,
ausente en senderos
de calizas
y cantos rodados,
atacado por la misma historia
que destruyó los sueños.

Derribadas las murallas,
nebulosas de arcilla,
días inexistentes.

Da qué pensar...
tanta paradoja,
tanta duplicidad
vuelva cada día.
como el aire lento,
a edificar músculos
para sujetarme al suelo.


DOS.-
No recuerdo cuando corría hacía la vereda de la noche, a la búsqueda incansable de otros nombres,
donde alejarme de caminos en forma de preguntas, para salvar incógnitas de nieve y caos impredecibles
colgados de balcones y azucenas.
No hay acuerdo entre las diferentes versiones del olvido, con los puentes oxidados y los raíles pendientes del vacío, con las calles cuajadas del rocío de los borrachos y cubiertas de adoquines desgajados del fondo del asfalto.
No es posible abrir los cajones sin fondo para debatir con tanto papel y calendarios.
¿Qué coño hacían tus amapolas y mis ojos, perdidos entre páginas inertes, muertos en tanta estantería, en tantas despedidas...?
Ni me acuerdo, ni hay acuerdo, ni posibilidad ninguna de salvarnos de la brusca tempestad, la que hace crujir el armazón del fondo de tu barca. Nadie construyó su entabladura para resistir en medio del océano, la blanca luz, tan cegadora, de las inútiles verdades de esta vida.
Tan falsa y tan lejana, tan inútil que ni me acuerdo, ni hay acuerdo.
Si ya ni existo.


TRES.-
Con un poco de paciencia
y algo de dinero,
sobre todo, dinero,
van a hacer posible
que el coche tenga
cuatro ruedas nuevas,
los discos de freno nuevos,
las pastillas de freno nuevas,
el aire de las ruedas nuevo,
Van a hacerlo posible:
los mecánicos del taller,
los empleados del almacén,
las chicas de la oficina,
la aplicación de la tarjeta de débito,
la superestructura del banco
y mi dinero.
Sobre todo mi dinero.
El coche, como siempre, impasible,
agotando materias primas,
y generando gastos
y disgustos.
A cambio te transporta.
Miren a su alrededor y piensen...

CUATRO.-
Tempero: estado óptimo de la tierra para sembrar.

Esos calabacines enanos, fofos,
que apenas asoman su cuerpo
de pene flojo,
ya han decidido ser inservibles
para guisar...
Esas tomateras de denso follaje,
que apenas tienen flores,
de las que brote
un triste tomate...
Esas dos pimenteras,
que anuncian con su verde
fruto jugoso
y se quedan en nada...
Esos tiesos puerros,
que se estiran como lanzas
y a medida que avanzan
su madurez no alcanzan...
Todos y alguno más
que se me olvida,
malviven en mi mal huerto,
alicaído y perezoso,
parece un tanto muerto,
no da lo que debiera,
porque entre tanta holganza
e ignorancia
de su dueño...
la tierra no tiene tempero.
¡Qué desespero!
¡Muero porque no cosecho!
no se lo que no he hecho.
Me quedo sin ensalada,
ni pisto,
ni repollo,
porque en famélico huerto,
no supe lograr a tiempo
el deseado tempero.

CINCO.-
He despertado
y, por fin, camino.
Mi cerebro ha trazado
el trayecto de hoy:
tres kilómetros de acera,
hasta el estanco más próximo,
doscientos metros más y
a la tienda de los chinos:
tabaco, cerveza.
Está todo:
los cigarros, un litro
y vuelta a casa,
la cama me espera,
un día para olvidar,
el ayer y el mañana,
dormir lo es todo.
Mi sueño de alcohol y
olanzapina.
Mi único deseo:
desaparecer en el espejo.


SEIS.- Y ya termino...

Para que todo lo que tengo sea el principio de la nada que poseo...
he de presentar cada mañana tres credenciales a la sangre que llega a mis células
para hacer sobrevivir es este océano de pérdidas,
este caos que represento,
esta insulsa idiotez
que me fascina.
A pesar de los viejos rencores,
no soy capaz de digerir,
el denso petróleo de antiguas paradojas,
sin perder su poder de aniquilación.
Me pregunto y me van a perdonar
y con esto ya termino...
(¿No sería más comprensible decir las cosas de manera mas directa y sencilla y dejarse en paz de tantos recovecos mentales, que pare una puta nuez esta absurda forma de escribir...?)
Para que todo lo que creo tener sea el fin de la felicidad que atesoro...
he de jugar a remedir las fuerzas de los bosques,
las almas de las oscuras olas de amores renunciados,
las opacas nubes que oscurecen mis miserias,
las lágrimas que erosionan las mejillas salvadoras,
las uñas y las manos ennegrecidas con los barros nutricios de los huertos,
los mundos ¡joder!,
los universos mínimos de la imaginación,
esos que me aúpan a espacios agotados,
a estancias ocupadas por la humedad de musgos y colonias bacterianas,
que respiran todos para que yo respire...
Para que todo sea nada y viceversa...
no me hacen falta licenciaturas en versos imposibles,
ni edición de libros agotados,
pequeños espacios literarios en mesas abarrotadas de aburrimiento,
líneas cómicas en antologías editadas en Saturno,
cachetes de realidad,
solo eso necesito,
¡una buena hostia de hambre!

















viernes, 20 de julio de 2018

Ya ni sé...

Noches

Son las cinco de la mañana,
el agua del frigo
me refresca la garganta seca,
bebo hasta el dolor,
a ver si la resaca...,
el estómago se aplaca,
los ojos aún cerrados,
descalzo.

Desde la calle,
luces de coche policial,
velocidad,
antes de salir el sol,
emergencia en el parque.

Arrimo la botella
a la boca
y borbotones de agua helada
me anestesian
la lengua.

Desde la calle,
luces de ambulancia,
velocidad
antes de salir el sol,
accidente en el parque.

Relleno la botella
con agua del grifo,
la coloco en la puerta
del frigo.

Desde la calle,
voces de mi vecina,
velocidad
antes de salir el sol,
su hijo,
se ha ahorcado en el parque.


Escena

La escena es sencilla:
- chico con camiseta amarilla
pantalón corto azul,
manos a la espalda,
negro.
- bicicleta de cuadro amarillo
ruedas gruesas, negras,
apoyada en la farola.
- dos policías frente a él y su bici,
quietos,
uno con cuaderno y un boli,
escribe,
el otro
mira,
blancos.
- transeúntes en la calle,
pasan, miran,
desaparecen.
- me acerco,
pregunto,
¡circule, por favor!
esto es cosa nuestra,
me dicen
- el chico me mira
y calla.
- ¿Es tuya la bici?
le digo.
- ¡Señor, por favor, circule!


Eso reconforta

Reconforta saber que estamos en verano,
que es jueves, que luce el sol
y en cada mano tengo cinco dedos.

Reconforta saber que en registro,
la mujer rubia de pestañas largas,
recoge mis papeles y los enviará.

Reconforta saber que, al salir
del ayuntamiento está la  plaza,
con gente tomando café en las terrazas.

Reconforta saber que en la tienda
puedo comprar lo que necesito
para satisfacer mis necesidades
y mi ego.

Reconforta saber que aún camino
y que sé conducir y respiro
y veo mi sombra y distingo
una paloma a lo lejos.

Reconforta saber que todo esto
lo sé y me reconforta.

Si salgo de esta burbuja
puede que nada sepa
y que nada me reconforte.

Si algo puedo vislumbrar,
dejaré dicho que no podemos
bajar la guardia
y permitir que el poder,
el sistema,
pervierta nuestro modo de saber.

Eso, no reconforta.


El precio del pan.

¿A cuánto cuesta el pan?
la gitana gorda pregunta
al árabe de la frutería.

A veinte el pequeño.

No tengo, dice la gitana.

Yo se lo pago, señora,
le dice un viejo peruano.


A través del telefonillo

Sonó el timbre del portero automático,
descolgué el telefonillo.
Serían algo más de las nueve
de la tarde
de este tórrido verano.

La luz del ocaso
cruzaba el pasillo
de un lado a otro
de la casa.

En medio, con el auricular
pegado a la oreja,
confuso, perplejo, irritado,
estaba yo,
tratando de entender
qué me estaba contando,
esa voz de mujer,
al otro lado de la línea.

Voz nerviosa, quejosa,
iracunda, confusa.
Por lo que decía,
enseguida comprendí:
me había confundido
con otro hombre.

Bajé al portal
para saber que pasaba,
y allí estaba ella:
flaca, rubia, blanquecina,
con la piel arugada
y transparente,
pasados los cuarenta,
mal cuidados.

Siguió con su relato,
atropellado, revuelto.
su vida atormentada,
su historia truculenta,
su falta de salud,
su decadencia,
la relación con mi vecino,
los malos tratos de su pareja,
denuncias, hospitales...

Lo que suceda a partir de ahora
puede ir desde la nada
hasta el caos.

Vivo sentado
en un bidón de gasolina,
al lado de alguien
con una antorcha en la mano.

La mujer con la que hablé,
ya vive en un incendio.





jueves, 19 de julio de 2018

Miércoles, por ejemplo

Empieza el día

¿Cómo empieza el día?
Abro los ojos a las siete.
Estiro mi cuerpo entumecido,
desentumezco mi inconsciente,
borro los sueños
y levanto la persiana.

Alzo la cabeza hacia la luz
y observo el horizonte roto,
desdentada línea de azoteas de la ciudad.

Tomo conciencia de mi estupidez,
de mi largo sinsentido vital
y ya, consciente del todo,
orino a través de mi próstata
de sesenta y cuatro años.

Desayuno cereales y un yogur,
coloco las gafas ante mi presbicia
y miro el móvil:

imágenes, mensajes, noticias, aplicaciones
que he aprendido a manejar
para seguir haciendo el gilipollas.

¿Cómo empieza cada día?

Con el mismo espejo
reflejando la estulticia.

Caminar, comer, dormir...
olvidarme de lo que soñé,
de lo que quise hacer
y
no pude...



Tres tejadistas

Hay tres tíos en mi terraza,
tres hombres con su mono de trabajador,
tres tejadistas.

Adosan una escalera metálica
al borde de la meseta
del cuarto del ascensor,
suben rollos de tela asfáltica,
alzan una bombona de butano,
un lanzallamas,
un quemador,
como se llame.

Les miro y pienso en alguien
que lleva en su cama
dieciocho horas
tirado, tumbado, agotado.

De nuevo, vuelvo a tener,
despierto,
el mismo sueño:
Si él fuera uno de esos tíos,
con mono:
un trabajador,
que dejara su angustia,
en algún tejado,
colocando tela asfáltica,
a 35 grados al sol,
haciendo algo
con su puta vida,
con su angustia,
con su miserable dependencia
de la depresión.


Miércoles

Tomo conciencia de que hoy
es miércoles.

en esta ciudad,
los miércoles ponen el mercadillo
en el recinto ferial.

Voy.

Me acerco caminando,
no tengo intención de cargar
con patatas, verdura, fruta...

Solo quiero algo de ropa:
calzones, calcetines,
un pantalón de algodón.

Me dejo atrapar por la atmósfera:
colores a miles, vibrantes colores,
en los zapatos, en las sandalias,
en la bisutería de euro,
en las camisetas de moda,
en las rebajas de las rebajas,
en plantas de interior,
en ropa de interior,
en los bañadores,
sombreros, gorras,
gafas de sol...

Y ruido, mucho ruido,
en las músicas,
los soniquetes de las voces,
las llamadas,
los anuncios de la mercancía,
el acento caló,
el llanto de un niño,
las risas, el trapicheo,
traqueteo de un carro
con bebidas frías.

Mujeres, mujeres, mujeres,
su piel, sus perfumes, su dinero...

Envuelto entre los pasillos,
repletos de artículos,
seres de naturaleza muerta
que cobran vida
en las manos
de los seres vivos,
humanos
que compran vida.


Tomad café

Hay un café cortado,
con leche fría,
esperándome sobre la barra
del bar de turno:
la triste camarera
lo ha colocado allí,
sin mirar siquiera,
lo que hacía.

Temí que la taza
perdiera su centro de gravedad
y fuera a t.p.c. el café,
que es lo que a mi
me importaba en ese momento.

Ella, absorta ante el televisor:
un hombre francés
había matado a su mujer,
a sus suegros y a su hijo
de dos años.
Después se suicida.

La camarera triste,
se limpió una lágrima
con la punta
del negro delantal,
y dijo para si:
“son todos unos hijos de puta”
Dejé uno treinta sobre la barra
y salí sin tomarme el café.


Había olvidado como se llora.



domingo, 15 de julio de 2018

Tarde en el puente de Vallekas.


1.-

Busco aparcamiento,
bajo el puente
de la autopista.

Un gorrilla llama mi atención,
me orienta,
busca un espacio,
aparco el coche
y le doy un euro.

¡Gracias profe!

Miro su cara
y me recuerda la de un niño
rubio, pecoso, simpático
y muy revoltoso.
Quizá por eso anida en mi memoria.

Julito, jopé, ¿qué haces aquí?
¿Cómo estás?
Casi muerto, profe.
Me cuenta.
Le ofrezco veinte euros
y los acepta:

Gracias, ya sabes para qué los quiero.

Me despido,
llorando de rabia.



2.-
Entro en el kebab,
tele en turco,
pareja turca,
carne de cordero.

Pido un café con hielo,
lo tomo,
no me cobran,
salgo a la la calle.

Al salir
me detiene un hombre,
barba cerrada,
camisa sucia,
dentadura rota.

Me exige el dinero
me niego,
me empuja,
le doy un puñetazo
en la cara.

En la calle,
vocea
pidiendo ayuda,
y su grupo me asalta
y pisotea.

Roban hasta mis calcetines,
yo quise hacer lo mismo en el kebab.

Otro día de mierda,
sin cena y sin chute.



3.-

Bajo el puente de Vallekas,
en la M-30,
duerme mi inquietud,
mi desequilibrio
mi angustia,
mi desesperanza.

Bajo el puente de Vallekas,
ha dejado su cuerpo,
rezumando alcohol
esta noche sin luna,

Rueda su cuerpo,
bajo el puente de Vallekas,
y el camión de la basura,
le pasa por encima.

Al día siguiente,
bajo el puente de Vallekas,
una mancha de sangre,
mezclada en el asfalto,
con la grasa de los coches.

Mi inquietud,
mi desequilibrio,
mi angustia,
mi desesperación
se han convertido en muerte.

Todo el absurdo,

bajo el puente de Vallekas.


4.-
Familia y asuntos sociales,
tarjeta de discapacidad,
solicitud,
certificado de discapacidad,
utilidad,
orientación laboral,
solicitud,
general
solicitud…

información comunidad
de Madrid.

Registro, aseos, ascensores,
espero sentado ante recepción,
me llaman:
saldré como entré:
hecho una mierda.


Solicitud…


5.-
La empleada de recepción
come un plátano a escondidas,
está sola tras el mostrador,
colocando pegatinas
en sobres marrones.

Mastica el plátano
y coloca pegatinas.
Gafas de sol sobre la melena
rubia
y gafas de ver sobre
su nariz.

Mastica el plátano
y tacha palabras con un boli rojo.

Punto de información,
mujer vestida de azul,
plátano,
sobres marrones,
pegatinas,
boli rojo.

Mercedes, ¡adiós!
se despide la mujer del turbante  blanco,
que lleva a un niño pequeño en cada mano.
¡Adiós!, contesta Mercedes.

¡Espero que vuelvas pronto!
Dos años y ocho meses,
dice la mujer del turbante blanco

y dos niños abrazados.



6.-
La peluquería de espejos
en la puerta
y carteles naranja,
está abierta.

Cinco mujeres sentadas,
otra de pie,
una de ellas es clienta.
Cubanas,
Gruesas,
Morenas.

Charlan entre ellas.

Me siento
en la agrietada butaca
de escay blanco
Está caliente.
Me cubre la cubana
con una capa de plástico
que no deja respirar mi cuerpo.

Al uno y al dos,
me cortas el pelo,
por favor.
Cortito, muy cortito…

Con una maquinilla ardiente
repasa la cabeza
y rapa mi pelo.
Van cayendo las canas,
sobre el plástico negro.

A mi lado,
en otra butaca blanca de agrietado escay,
la hija de la dueña,
vestido azul,
se pinta las uñas.
La miro a través del espejo,
sofoca con su belleza.

Son seis euros.

¡Vaya cambio!
– sonríe la abuela–

Miro al espejo:
uñas rojas
sobre fondo azul:
Suda mi cuerpo,

sin el plástico negro.


7.-
Mucho calor
en el puente de Vallekas.

El aire acondicionado
del CB2 funciona.

Dentro se está fresco.

Mi cabeza,
como siempre,

arde por dentro.








lunes, 9 de julio de 2018

Los elementos

Busquemos elementos
dignos de ser apreciados,
aquí,
entre las cosas mas comunes,
entre la humildad de lo útil y lo inútil.

Busquemos la belleza,
la dicha, la calma,
el equilibrio, la certeza,
el goce, el mínimo roce
de la piel,
el órgano del ojo,
su luz,
el tacto de la menta,
el gusto de la canción.

Busquemos ser
seres pequeños
entre lo pequeño,
un tiempo, un lugar, unas coordenadas,
donde aislar los elementos,
los componentes básicos
del desorden
de nuestra existencia,
para hacerlos sólidos,
tangibles, sonoros,
y elevarnos a la categoría
de comunes, mínimos,
humildes,
entes rítmicos,
viviendo al unísono.



El descubrimiento

Atento siempre a presentir
el descubrimiento,
a mirar en derredor,
por si asoma el brillo halagador
de una certeza,
esa límpida estrella
que estalla,
y, durante una fracción de segundo,
deja, cegador,
el fugaz conocimiento,
la ilusa creencia,
de que una verdad,
por pequeña que sea,
vive ante tus ojos.

Se ha rebelado
como el mínimo ser
que enarca las cejas,
cuando encuentra su pepita dorada,
entre el escombro paciente,
de la montaña de ceniza,
de este mundo de incertidumbres.


El ruido

Vuelve el ruido
insistente como un viento agotador,
vuelve a golpear
mis oídos,
como un martillo de espanto.
El ruido,
motor de la inconsciencia,
señor de la mentira,
amo del fuego
que arrasa la conciencia.

martes, 3 de julio de 2018

De acuerdo

Vamos a ver si nos ponemos de acuerdo.

Por un lado dices que me calle,
que solo digo tonterías,
Por otro, que el silencio no es bueno,
debo sacar lo que llevo dentro,
no callar mis penas,
no esconder mis alegrías.

Soltarlo todo para no enfermar
de mudez.

Bien, no se a qué carta quedarme.

Si callo, enfermo.
Si hablo, enfermas tú.

Mejor solo escribo.
Si no lo lees,
seguirás sana y salva.

¡Pobre papel, lo que aguanta!




El peligro es sencillo

El peligro es vital,
sencillo,
tiene el don de la ubicuidad,
es eterno.

Su constante presencia
no deja resquicio.

No tiene razones:
sencillamente, sucede.

Nada podemos hacer
para evitarlo,
por mucho que lo intentemos,
se presenta y actúa.

Isabel tiene ochenta años,
desde hace cinco,
no sale de casa,
para evitar caerse en la calle,
tropezar con un bordillo,
resbalar en un charco...

Hoy ha pisado un diente de ajo
en su cocina
y su cadera ha cedido contra el suelo.

Está en el hospital,
junto a Laura, veinte años,
reponiéndose de una operación doble
de su pelvis.

Cayó de su moto
en las curvas de Sotoserrano.

Las dos estaban en peligro,
las dos están vivas,
siguen en peligro.







Las cartas

Bajo el tapete verde de la mesa,
reposan las cartas sin jugar.

Aún no sabes que están ahí,
nadie te habló de su existencia.

Ignoras que puedes contar con ellas
en caso de emergencia.

Son los triunfos ocultos,
los naipes marcados,
las cartas mentirosas,
las trampas,
los faroles,
órdagos sin fundamento.

Utilidades de este póker
que es la vida.

¿Quién fabricó la baraja,
quién barajó los naipes,
quién repartió el juego?

Nadie lo sabe, tranquilo,
conocemos al jugador,
valoramos su pericia,
aún -mejor- en el caso
de no llevar una buena mano.

Ignorantes de las cartas que quedan
sin repartir,
o bajo el tapete,
seguimos jugando.

Mañana el juego terminará,
y cuando quede al descubierto tu baza,
alguien pensará lo mal jugador que fuiste
o
alguien robó sus triunfos
o
¡qué mala suerte!

Se siente amigo:
puede que nadie te invitara a jugar,
pero...
¡no quedó más remedio!





Puertas de la historia

Desde que el hombre es memoria,
las puertas de la historia,
se han abierto,
con algún crimen heroico.

Mito fundacional,
basado en la sangre
y el fuego.

Nacimiento de los pueblos,
alzamiento de los héroes.

Naciones teñidas de sangre
desde sus cunas.



Llegó el extranjero

Llegó el extranjero,
trajo consigo los mitos,
de la tierra primitiva,
la que vio nacer a tus padres,
la que soñaste algún día.

Llegó el extranjero,
roto de cargar sueños,
escondidos en sus ojos
maltrechos por las algas.

Llegó el extranjero,
vestido de piel y sal
y a sus espaldas el mar,
bramando en el desierto.

Llegó el extranjero,
amarrado a las pestañas,
encorvado por el peso
del látigo y el miedo.

Llegó el extranjero,
nadie esperó en la playa,
nadie rescató su recuerdo,
llegó muerto.




martes, 26 de junio de 2018

Rentabilidad

Necesitamos la rentabilidad,
adulteremos, por tanto, la naturaleza,
dejemos que se pudra la verdad,
o lo que queda de ella
y vigilemos que nadie,
nadie,
se cuele por las fronteras.

    El espacio es mío,
    el aire es mío,
    el agua es mía.

Si son rentables............................que pasen
Si son fiables................................que pasen
Si son moldeables.........................que pasen

             ¡Limitad!
                               ¡Vigilad!
                                                ¡Expulsad!

Prefiero mi aire contaminado,
triste, amurallado.
Solo mío.
Prefiero mirar el mundo
a través de mi pantalla.
Solo mía.
Seré testigo de la muerte
                                        de los que no son
rentables
fiables
modelables

¡Vulnerables!...........................FUERA

¡yo ya estoy seguro!




El drama

Puede que el drama sea interesante,
Si, que demonios,
el drama es lo interesante.
(estos dos últimos versos
podría habermelos ahorrado.
Total, es una repetición
o quizá un pleonasmo.)

Por varias razones:
crea desasosiego en el lector,
genera ansiedad y también miedo,
le atrapa y no le deja respirar.

Su propio drama,
expuesto en la narración,
en letras de imprenta
y ninguna ilustración.

Si el lector sigue leyendo
si sufre vértigos,
si su corazón se agiganta,
si respira con dificultad,
si su cuerpo no está entrenado,..............................polisíndeton, ¿quizá?
caerá derrotado
entrará en coma,
para siempre.

Ahora mismo,
se echa mano al cuello,
siente que tras él,
alguien,
con una fina cadena de acero,
deja la marca del fuego
en su piel.





A diario

Miles de personas llegan a diario
a dejar sus cuerpos malheridos,
fusilados por el mal sueño,
en los bancos de los parques
de mi ciudad abandonada.

Las ratas dejaron estos barrios,
hace ya más de cien años
y ahora los pueblan helechos,
rellenando los colchones,
donde duermen emigrantes,
seres que olvidaron su dolor
y trajeron a mi casa,
el clamor de su esperanza.

Antes que las ratas
                              huyeron mis amigos,
                                                                todos los policías.
                                                                                             Pensaban que los cuerpos malheridos
                                                                                             se comerían su desayuno.

Quedé solo,
durmiendo bajo malvas
que crecen alocadas,
mientras los cuerpos doloridos,
se yerguen de ilusión
y acompañan mi silencio.



Paradojas

Manejo el arma
de las paradojas
para llenar los muros
de balazos.
Al caer la noche,
recorro las calles
para recoger
la lluvia, restos grises,
que dejaron.

Aprendí, entre los rezos,
que dios sepultaría
en el infierno,
mis mentiras.

Al volver a casa,
cargado de cenizas
y ojos lacrimosos,
me vendo al rayo de la tele,
olvidando las culpas
adheridas.

Zonas de excepción
que no destruyo,
para vivir
entre los rezos y las culpas.

Los que educaron
mi conciencia
se sacuden las almas y sus mierdas.


miércoles, 20 de junio de 2018

Las firmas

Un par de firmas más
y todo resuelto.
Tomo un puntero naranja,
cuerpo plástico,
punta plástica,
atado a una base negra,
con una pantalla límpida,
y estampo mi firma,
suavemente deslizándome
sobre el cristal que brilla.

Queda grabado mi garabato,
en un rectángulo virtual,
con mi nombre encima,
escrito con tinta irreal.

Rasgo el plano,
y acepto con ello,
que el banco,
sea el depositario de mi dinero.

A cambio,
la cajera,
me ofrece un trozo de papel naranja,
papel de seda,
real,
que doblo y guardo.

Ya está,
me quedé sin dinero.

Mi firma,
en una tableta digitalizándose,
mis dedos en una tableta,
mi mano digitalizándose,
mi cuerpo digitalizado,
incorporado al sistema,
alimentado por electrones,
que diseñan para mi,
este mundo nuevo.

Ya no tengo dinero,
dispongo del saldo,
en un soporte negro.

Al llegar a casa,
abro la nevera,
firmando en la pantalla negra.

Los tomates se quejan,
del tiempo que llevan
fuera de su huerta,
el yogur me escupe su pena,
los huevos, abiertos,
también me observan:

"Tranquilo Alberto,
ya eres uno de los nuestros.
Adentro amigo,
que hace calor fuera"








"Ahí queda la cosa..."

"Ahí queda la cosa..."
decimos en un intento
de dar por finalizada
cualquier situación:
"la cosa"

Pero la cosa no se queda
quieta,
sigue en movimiento,
como una eterna
estrella errante,
que si tiene un final,
no lo veremos.

Ni nosotros, ni nadie.

A pesar de ello,
aún sabiéndolo,
la cosa sigue
y nosotros con ella,
felices de estar
impulsando la inagotable
carrera hacia
el fondo del universo.

"Ahí no para la cosa..."


luz o

Si somos luz
¿qué luz somos?
Somos luz,
si luz detenida,
o viento que desnuda las estrellas,
o esférica simetría,
un tránsito de colores
hasta la muerte.

Si, somos luz,
contra el fondo negro
del universo,
nebulosas,
pasado ya,
muerta la luz,
alimento de galaxias.


martes, 19 de junio de 2018

Las nubes

Dejé la lectura
y miré por la ventana.
Hice caso al filósofo,
seguí su consejo.
El desdentado perfil de mi horizonte
cotidiano,
seguía allí,
pero yo no lo veía.
Solo me fijé en las nubes,
una catarata de grises,
colocados en cascadas
de variantes infinitas,
con matices invisibles:
un tapiz perfecto,
cubriendo el aburrido azul.
Vida en una sola imagen:
poesía, metáfora perfecta
de la propia vida:
no hay ni blanco,
ni negro.
Solo grises en inestable armonía.
Movimiento caótico de lo necesario,
las nubes como fuente de vida,
cubriendo al sol,
para dejar que el agua,
propicie la explosión del verde.



Encuentro que...

Encuentro que...
al paso de esta procesión de agua,
bajo las cornisas azules
de las barbacanas,
una legión de estorninos matemáticos,
saludan con su baile logarítmico,
al único ojo sin pupila,
que alimenta con su mirada
la paciencia de los oscuros días...

Encuentro que...
un  sueño de ceniza,
procedente,
del plástico del fondo del océano,
anima a los señores del ruido,
a seguir fabricando tornillos
y tuercas de granito y plomo,
para aplastar,
la música y los corazones cósmicos,
que aún crecen en la retórica.

Encuentro que...
si unimos bajo el mismo cielo
y sobre las mismas sombras,
las aves rapaces
y los revueltos papeles del otoño,
surgirán nuevos enigmas,
para los idénticos atónitos seres,
que vendrán mañana
a poblar las mismas mentiras.





Hay poetas, ay poetas...

Hay poetas que se pasan la vida
buscando su voz,
buscando su estilo.
Hay poetas que lo encuentran
muy temprano
y otros,
nunca.
El resto,
deambulamos,
entre un mar de sargazos,
donde las palabras,
se enredan en las aspas,
y logran paralizar
el motor del alma.
Asfixian al poeta,
son palabras sin oxígeno,
son vocabulario muerto,
o todo lo contrario,
cargadas de necedad
y absurdo misterio.
Al hilo de lo dicho,
creo que soy
un poeta asfixiado:
sin voz,
ni estilo propio,
sin oxígeno.
A mi edad,
ya necesito el respirador.



Peladuras de manzanas.

Es decir,
mejor quedarnos
con lo cotidiano.

Durante quince días
estuve haciendo una foto
con el móvil
-quizá mejor decir portátil-
a la piel de cada manzana
que trago en mi desayuno.

Quince instantáneas
que dejan petrificada,
en una imagen fija,
la embrollada curva,
tridimensional,
mínima montaña rusa
de doble cara
-o cinta de Möebius-
la peladura contínua,
brillante y jugosa,
de esas manzanas,
desprovistas,
desnudas de piel,
despellejadas por el filo de un cuchillo
portugués.

Su carne, su pulpa,
pasa a mi estómago
y deja en el plato
el aparente desorden
de su figura curva.

La piel de la manzana,
su traje biológico,
es enviada después
al cubo de la basura,
orgánica,
y
allí,
húmeda oscuridad,
de la bolsa de ciego plástico,
junto al resto de residuos,
se amalgama y confunde,
con todos los demás,
cadáveres y cenizas.

Unidos en su pequeña muerte,
símbolo de la transformación,
de la vida,
de mi propia muerte.

Es decir,
lo cotidiano,
lo de todos los días.





Soy virtual

Bueno, amigo...
si aún no he perdido el norte
- los demás puntos los perdí hace tiempo-
y camino recto por la senda,
he de reconocer
que no conozco el destino,
ni tan siquiera
a mi mismo.
He puesto a pasear mi vida
del otro lado del cristal,
en el envés de la pantalla,
y al perder el avatar,
que creé con mis delirios,
no pude volver atrás,
-no resulta tan sencillo-
y recuperar sin más
aquel rostro de pardillo.
Así que, tranquilo,
te digo,
que difuminado vivo,
entre lo real y lo irreal,
sin saber ni lo que mido,
si soy en verdad virtual,
compartido entre las redes,
extraño entre tantos datos,
y si me encuentras un día,
traeme mis viejos zapatos,
y lleva mi alma encendía,
a mi querida Mercedes.


Los tiomates del friorífico (sic)

Ayer,
mi filósofo preferido,
hablaba de los tomates,
(¿tio mates, tomarte, to mates, toma tes, toma tres, etc?)
y encontré la relación del tomate
con el mínino universo
del
cajón de las verduras
en la nevera,
donde comparte la fría muerte,
con otros mudos compañeros,
hijos todos de la tierra.
Abrí la puerta
y le ví,
solo y un tanto ajado,
piel blanda con hongos satisfechos,
aislado del grupo con el que llegó a casa
y mezclado con otros elementos,
no tan afines a él.
Soportaba sobre su cuerpo,
aguantando su peso,
asfixiado por su mal olor,
a una pareja de pepinos holandeses,
que no paraban de copular
en su presencia,
mientras la lechuga iceberg,
despeinada y sin lavar,
languidecía,
rodeada de media docena
de zanahorias marrones y peludas,
que habían olvidado
los relatos de su país de origen.
Entre ellos,
levantando atestado,
los agentes policiales de las berenjenas,
estorbaban a todos,
con sus cuerpos
llenos de moratones.
Como pude,
(poco a poco, me voy acercando 
a ti, poco a poco,
la distancia se va haciendo menos...)
conseguí rescatar al tomate.
(Tom Ate, tomante, tuamante, tocate, etc...)
e hilvanar juntos una larga conversación
entre seres desahuciados,
antes de integrarlo a mi cuerpo,
en una triste ensalada,
sin lechuga.
La vida misma.




El novio de la gruista.

Me dejó tirado el puto coche
en medio de la m-40,
como un peñasco inútil
atascando el tráfico de la mañana.
No funcionaban los intermitentes,
no funcionaba nada.
Quizá la batería,
quizá los años del coche,
quizá no debería conducir,
como dice mi novia,
eres gafe con las máquinas,
vaya un tío,
no entiendes de coches,
ve en tren a trabajar,
déjalo tranquilo en el garaje,
no me des la lata,
no obstruyas...
La mujer que manejaba la grúa,
rubia, hermosa y sonriente,
condujo a mi coche
-dijo que era un filtro
que no dejaba respirar
al motor-
y a mi,
al taller oficial.
La invité a un café
y me dijo que si.
Desayunamos juntos,
no fui a trabajar
y la acompañé
en sus servicios de la mañana.
Todos los tipos
que se habían quedado tirados
con sus vehículos
en medio de la m-40,
la miraban con deseo,
pero no la invitaron a café,
creyendo que yo era su novio.
A día de hoy,
cuando estoy con mi nueva novia,
la gruista,
me pasa lo que a mi coche,
necesito cambiar de filtro
para poder respirar.

(Esta historia es mentira,
no me sucedió a mi,
le sucedió a mi novia.
Hay que cambiar el género.)