Hablábamos a la espera de leer nuestros poemas,
acodados en la barra del bar del hotel,
con espuma de cerveza pegada en las comisuras.
La charla discurrió entre palabras huecas,
versos altivos, ideas de luna y ecos de labios
entre otros universos imposibles.
De repente,
no se porqué diantres,
uno de nosotros
– poetas vejestorios ahítos de fama–
quiso decir la palabra que define
la imperfecta visión de los colores
y ninguno de los carcamales del verso
se acordaba exactamente
del término en cuestión:
colorundia, coloritis, difuncoloria, acetismo, ostiacismo,...
¿Cómo se dice?
Si hombre, joder, que no me acuerdo!
Pero, ¡qué mierda de memoria!
¡Saca el diccionario Juanin!
¡Mira en google, traidor!
¡no, hombre!
Eh, ya lo tengo, ya!
Carajo.
Se dice Daltonismo!
Nos pusimos rojos
como viejos verdes.