miércoles, 9 de octubre de 2019

Daltonismo




Hablábamos a la espera de leer nuestros poemas,
acodados en la barra del bar del hotel,
con espuma de cerveza pegada en las comisuras.

La charla discurrió entre palabras huecas,
versos altivos, ideas de luna y ecos de labios
entre otros universos imposibles.

De repente,
no se porqué diantres,
uno de nosotros
– poetas vejestorios ahítos de fama–
quiso decir la palabra que define
la imperfecta visión de los colores
y ninguno de los carcamales del verso
se acordaba exactamente
del término en cuestión:
colorundia, coloritis, difuncoloria, acetismo, ostiacismo,...

¿Cómo se dice?
Si hombre, joder, que no me acuerdo!
Pero, ¡qué mierda de memoria!
¡Saca el diccionario Juanin!
¡Mira en google, traidor!
¡no, hombre!

Eh, ya lo tengo, ya!

Carajo. 
Se dice Daltonismo!

Nos pusimos rojos
como viejos verdes.

La mirada



Con la mirada hay que subrayar
crear y palabra,
verbo y sustantivo viajando en el mismo globo,
unidas en el mismo momento de nacer,
porque se aman
como se aman el árbol y la luz.
Con la mirada se crea
y con la palabra se comunica.
Y ambas producen bienestar,
objetivo vital
para estar en el mundo
y transformarlo.
Es el bienestar
y la creación
las dos grandes necesidades,
sin esperar a que la comodidad
nos intoxique.
Aspirar a que la vida cotidiana,
con su poética,
nos haga ver las cosas
de otra manera.
Tradición, pasado, historia,
si,
para transformar el presente.

Poema




Si en un mismo poema
coloco abrazo, suspiro y sangre,
¿Será un poema de amor,
será una constante del mundo?
También podría ser
el ultimo verso
de un condenado a muerte,
el final del parto,
la bofetada de los celos,
la primera caída del primogénito,
o, sencillamente,
la memoria de  la infancia.

Mi nombre




Sin saber aún cual es mi nombre,
cada mañana me bautizo con nuevas abluciones,
me persigno con dedos de café
y me acabo renombrando en lo imperfecto.

Reconozco que la palabra es lo importante,
– quizá lo único que resta –
en esta infernal procesión de despropósitos.

Vuelvo a la ella como un recurso
para la búsqueda en el hondo refugio
de tantas cicatrices,
ilusiones pervertidas,
multitud de sueños.

Allí me encuentro un diccionario
de repulsas, de insultos y de incendios.
un lugar donde peligra la belleza, el amor y la luz.

Y así, todos los días, como un cisma cotidiano,
abro mis carnes y me expongo al sol que me derriba
para mitigar con su calor,
el mismo dolor que se acumula
en mi nombre,
una palabra aún sin definir.

Dícese del alma...




Dícese que el alma de las orugas *,
es el hueco universal donde se aloja la vida,
única vida útil que navega en la buena dirección,
esencia de los seres que tienen un futuro,
aquellos que caminan despacio,
sin revolver lo que está en su lugar,
haciendo solo  lo que deben,
sin acumular más de lo necesario.
Los que velan porque el todo
siga siendo un todo coherente.

Pertenece pues, el alma de las orugas,
al mismo mundo que el canto de los grillos,
la respiración de un pez,
o el silencioso viaje de los nimbos.

Forman todos ellos y otros millones más,
el gran cúmulo de propósitos y voluntades
que otorgan a la vida su único sentido:
la belleza intacta.

Pd.
Escribe esto un humano,
único ser que carece de alma.


* de un verso de Antonio Campos (de su libro Geografía de insomnios)

El hielo, amor, el hielo.


El hielo, amor, el hielo.

Mira amor,
ese enorme trozo de hielo,
desprendido del glaciar,
flotando a la deriva,
empujado por las mareas,
Mira amor,  
ese poema helado,
extraído del canto general de la tierra,
navegando hacia su total fusión
en este líquido mar
que nos baña.
Mira amor,
como se aleja
el iceberg blanco y azul,
con sus versos sólidos,
escribiendo su estrofa de vida,
separándose del centro
de las borrascas,
unido al caldo común
de este mar de plástico.
Mira amor,
sus aguas nos llegarán a la garganta,
necios incapaces de parar nuestros motores,
para revertir el sacrificio
que ese hielo salvavidas nos ofrece,
inequívoca señal de su angustia.
Mira amor…
Si papá, muy bonito, pero…
¿No vamos a hacer nada?